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miércoles, 6 de mayo de 2015

“EN EL 2040 NO HABRÁ SEXO”, ALERTA UN PROFESOR DE CAMBRIDGE


Los recursos de este planeta son limitados: los combustibles fósiles, el agua o el petróleo pueden acabarse si no tenemos cuidado. Sin embargo, hay otras cosas que no parecen acabar nunca. La luz del sol, el viento que mueve los generadores eólicos, la codicia de los políticos o el sexo.¿Cómo se va a acabar el sexo? Siempre que existan al menos dos órganos reproductores masculinos o femeninos –y ni siquiera eso: basta con uno de ellos y buena voluntad– seguirá existiendo el sexo. ¿O no? David Spiegelhalter, un profesor del Laboratorio Estadístico de Cambridge, ha hecho saltar las alarmas en un artículo publicado en The Daily Mail, en el que advierte de que, como sigamos así, el sexo puede haber desaparecido para el año 2040.
Por supuesto, no es más que una extrapolación absurda e irónica de los datos que está desvelando en una serie de artículos sobre los usos y costumbres sexuales de sus compatriotas británicos, pero toca un punto sensible: la sociedad en su conjunto cada vez hace menos el amor, algo aún más claro en el caso de los jóvenes, que son incluso menos promiscuos que sus mayores. La mayor revisión de estudios jamás realizada en Gran Bretaña señala que los participantes en la encuesta, de entre 19 y 74 años, hacen tres veces el amor al mes, una cifra mucho menor que los cinco encuentros mensuales del año 1990 y las cuatro veces del 2000, según los datos de la Encuesta de Actitudes Sexuales inglesa.

Aquellos que tienen entre 25 y 34 años, hacen el amor con una frecuencia mucho menor a la de sus padres y abuelos

La cifra también desciende tanto entre aquellos que no viven con su pareja como los que sí lo hacen, que han visto reducir la frecuencia de los seis coitos a los cinco en la mujer media de entre 16 y 44 años. Pero quizá el dato más alarmante es el que señala que no sólo la pirámide poblacional está decreciendo, sino también la pirámide sexual: los más jóvenes, aquellos que tienen entre 25 y 34 años, hacen el amor con una frecuencia menor a la de sus padres y abuelos. En otras palabras, estos se mantienen en la media de tres encuentros sexuales al mes (hasta un 25% han mantenido la abstinencia durante el último mes), mientras que un 25% de las mujeres de entre 45 y 65 años se dedica al amor cuatro veces cada 30 días.

¿Qué nos está pasando?

Estos datos desvelan una paradójica realidad: que en el momento de la historia del hombre en el que el sexo está más presente en nuestras vidas, de la publicidad a los medios de comunicación pasando por ese vasto océano de procacidad que es internet, los jóvenes cada vez le prestan menos atención al acto sexual en sí. El estadístico propone unas cuantas razones para explicar esta situación. Puede deberse, quizá, al aumento de hogares unipersonales, que al menos en Inglaterra se dobló durante la década de los setenta y los ochenta, y que dificulta las posibilidades de echar una canita al aire entre semana. En nuestro país, hasta un 9,56% de las personas viven solas.
Pero eso no explica más que parcialmente la situación, teniendo en cuenta que la frecuencia ha decrecido incluso entre aquellos que viven en pareja. Otra posible explicación es que, ya que estamos tan obsesionados por la tecnología y las posibilidades comunicativas que esta favorece, apenas tenemos tiempo que dedicar a cosas tan triviales como hacer el amor. Lo cual no deja de ser paradójico: ¿acaso no pasamos el día conectados a las redes sociales para que, entre otras cosas, aumenten nuestras posibilidades de encamarnos con quien nos interesa? Aunque la investigadora Catherine Mercher también sugiere la posibilidad de que el sexo simplemente se haya despeñado en nuestra lista de prioridades.
Este problema surge cuando la noche, ese momento del día que en el pasado era idóneo para hacer el amor, aunque fuese para matar el aburrimiento, ahora se destina a otras cosas, como revisar el correo electrónico, jugar al Angry Birds o, quizá, en un cruel giro del destino, ver porno. Otras teorías apelan a las obligaciones de la conocida como generación sándwich para explicar esta ausencia de deseo: las mujeres de esas edades están tan preocupadas por su trabajo, su pareja, sus hijos y sus propios padres como para preocuparse de su satisfacción sexual.



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