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jueves, 31 de mayo de 2018

Un acto de amor: madre cultiva marihuana para salvar a su hijo


MĂ©xico.- Janely LĂ³pez apenas lo pensĂ³ dos veces cuando decidiĂ³ cultivar ilegalmente marihuana y preparar las dosis que ahora hacen mĂ¡s llevadera la vida de su hijo Diego, despuĂ©s de que los mĂ©dicos le dieron por desahuciado.



Esta mujer, quien dice tener fe en "Dios y la planta", cuenta que el proceso de cultivo es artesanal tanto por el método como "por ser un acto de amor", desde que sus manos se manchan en la tierra al introducir las semillas hasta verter el líquido bajo la lengua de su hijo, mientras con la otra mano le sostiene la nuca.

Diego, de 6 años, tiene los ojos grandes y esquivos, la tez morena, el pelo muy negro y una risa por momentos contagiosa.

TambiĂ©n tiene un diagnĂ³stico base de microcefalia, de la que derivan entre otras dolencias la parĂ¡lisis cerebral, la espasticidad severa y una epilepsia de difĂ­cil manejo.



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En el año 2015, los médicos de la clínica de cuidados paliativos a la que acudía le dijeron a Janely que su hijo estaba "desahuciado".

Cuando utilizan la palabra desahuciado significa que ya no tenemos ningĂºn medicamento que te podamos dar y en la atenciĂ³n mĂ©dica estamos saturados. QuĂ©date en tu casa y si ya se muriĂ³ pues ya lo traes, explica la mamĂ¡ en entrevista con Efe.

Fue entonces cuando decidiĂ³ probar con la marihuana, planta con la que ya habĂ­a estado ligada durante buena parte de su vida a raĂ­z de su hermano, quien la fumaba para aliviar fuertes dolores en la columna.

A partir de un extracto artesanal que le proporcionĂ³ una organizaciĂ³n, y desoyendo los consejos del pediatra, con quien pactĂ³ darle reportes de su evoluciĂ³n, las mejoras llegaron.

"Ese extracto que le empezamos a dar es el que le despertĂ³. EmpezĂ³ a balbucear, empezĂ³ a reĂ­r y las crisis empezaron a disminuir", asegura mientras observa a su hijo, que se mece mirando al techo en un tapete de colores y animales hecho por su padre. 

DespuĂ©s de ese primer contacto, Janely comenzĂ³ ella misma a preparar el extracto, cuya dosis adecuada la encontrĂ³ a base de muchas horas de estudio y lecturas. Nunca un mĂ©dico le aconsejĂ³ cuĂ¡l era la cantidad que tenĂ­a que dar a Diego.

Este esfuerzo, para Janely, representa la fuerza inquebrantable de las madres a la hora de velar por sus hijos.

Todas las madres que vivimos una situaciĂ³n asĂ­, en la que estĂ¡s viendo que tu hijo se desgasta lentamente, sacamos valor porque sĂ­. Y tienes una resiliencia muy grande, te levantas de caĂ­das muy fuertes, asegura.

Ella se encuentra en un dilema legal motivado por la necesidad de ayudar a su hijo. Cultivar la marihuana, asĂ­ sea para casos extremos como este, estĂ¡ prohibido en MĂ©xico; importar el aceite es legal, pero Janely no se lo puede permitir.

El Gobierno juega a una doble moral, es absurdo que tengamos que importar cuando tenemos las condiciones climatolĂ³gicas para hacerlo aquĂ­, critica.
SegĂºn Janely, un extracto de cannabidiol (CBD) -el principal componente de la planta-, de 5 mil miligramos del compuesto diluidos en 250 mililitros de aceite de coco u oliva, importado de Estados Unidos por la empresa HempMeds MĂ©xico, cuesta 6500 pesos (unos 330 dĂ³lares al cambio).


A ella, cultivar la marihuana en su huerto clandestino le sale por unos 2500 pesos (126 dĂ³lares al cambio).

"Se le llama artesanal porque todo es meramente casero. TĂº cultivas, llevas el proceso de cultivo a la cosecha, haces el proceso de moler la planta, de manipularla, de ponerla a macerar en alcohol, y posteriormente la ponemos en punto de ebulliciĂ³n para retirar el alcohol", detalla.


A pesar de que en la legislaciĂ³n mexicana existen penas por cultivo, Janely lo tiene claro: "sabemos que a una mamĂ¡ no la van a parar", dice con honestidad y desafĂ­o.

Las mamĂ¡s tenemos ese poder de enfrentar cosas mayores. Sabemos tambiĂ©n que las autoridades se meterĂ­an en un problema muy grande a nivel social si llegaran a detener a una mamĂ¡ que lo que estĂ¡ haciendo es ayudar a vivir a su hijo, asegura.

Por ello, la madre continuarĂ¡ haciendo cosas por la vida de su hijo, quien desde que empezĂ³ a tomar esta suerte de elixir "ya no necesita tantos cuidados y casi no toma otros medicamentos".

La complicidad entre ambos es de una confianza extrema. La madre lo carga en brazos y juega con él. Él le da pequeños mordiscos cariñosos. Incluso se permiten bromear. Entre los dos hay un "humor negro muy especial".

Diego, a quien hace poco su terapeuta puso a caminar, requiere estirar su cuerpo con una gigantesca pelota medicinal roja sobre la que su madre lo posa y el pequeño, boca arriba, observa el mundo a de forma especial.

El sol llega fuerte a la casa en la que viven ambos junto a su padre. Mientras, en algĂºn lugar, unas plantas crecen y atraviesan la tierra, por el momento de manera ilĂ­cita, con el tesĂ³n de una madre y la fuerza con la que se rompen los tabĂºes.

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