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martes, 10 de octubre de 2017

En Chiapas las mujeres aún son vendidas

Hermelindo ha pagado ocho mil 150 pesos por comprar dos mujeres en sus 51 años. Una para él, por 150, Estela, su esposa, en los años 80. Otilia fue la otra. Hermelindo pagó la primera vez, dice, para unirse de por vida con Estela. La segunda vez para que su hijo, “quien conoció el amor”, no tuviera que separarse.

En ambos casos escuchó el precio que fijaron los padres y pagó. Sucede desde que tiene memoria ahí donde le tocó nacer, en Jalisco, municipio de Las Margaritas, al centro-oriente de Chiapas. Es prácticamente una herencia familiar: su padre y su abuelo hicieron lo mismo.

“Es la costumbre. Hasta la fecha cobran por sus hijas a la hora que se van a casar. Ahorita piden 10 mil o 14 mil pesos”, explica sentado frente a la casa de su hija mayor, Trinidad, de 20 años, quien no ha afrontado la vulneración de su derecho a decidir si quiere o no hacer vida conyugal, porque “nadie ha pedido precio” por ella a Hermelindo.

Paradoja: aunque su padre pagó por una esposa, aunque tuviera un comprador él sería incapaz de vender a su hija. “Me siento como si estuviera vendiendo una de mis vacas, o un toro, pienso que no es así. No podemos vender. Si se va, es voluntario”.

Trinidad tiene 20 años y escucha a su padre responder en el poco español que entiende. Ella no fue a la escuela. No sabe leer ni escribir. Se cubre el rostro cuando la ven hablando con hombres y dice que no sabe qué es el amor. Habla tojolabal desde niña y teje bolsos y blusas para vender.

Ríe cuando le preguntan si se va a casar. Sabe que su padre compró a su madre y su cuñada y repite que así es la costumbre, “qué se le va a hacer”. Si el hombre que busque casarse con ella tiene vicios y no es trabajador regresaría con su familia, afirma. Sabe que a su edad la mayoría de las mujeres tienen pareja, que “se juntan” desde los 15 o 18 años, pero también conoce algunas que quedaron solteras. No ha rechazado a ningún hombre, pero tampoco espera el día de su matrimonio.

Hermelindo lleva semanas con el pie lastimado. No sabe qué le ocurrió; sin embargo, desde ese día su mujer se levanta más temprano de lo normal para alimentar a la familia. A las 03:00 horas muele maíz y luego va a la milpa. Hermelindo comienza actividades hasta las 06:00 horas, desayuna lo que su mujer dejó preparado en la cocina. Coloca una silla donde sabe que la sombra del árbol comenzará y conforme transcurra el tiempo, a manera de reloj de sol, se moverá para encontrar refugio en la suavidad de la sombra.

“Piden una gran cantidad. La gente vende el terreno y entonces, ¿cómo se van a mantener? No es justo. Yo pienso: ‘No es justo’. Vender la tierra, ¿con qué van a comer? Van a entregar los ocho, 10, 14 o 15 mil, pero ¿cómo van a vivir?”, cuestiona.

Antes de pedirle a Estela que fuera su esposa había hablado con ella tres veces. Tenía 20 años y ella 19. Habló con su suegra y le pidió 150 pesos a cambio de llevarse a su hija “para hacer una vida”. De eso pasaron 30 años. “No hay fecha de qué día vamos a caer o a dejar la pareja, sólo Dios lo sabe. Aquí el que se casó, se casó. Es para todo el tiempo, no para una semana. Si el hombre le pega a la mujer, para eso está el papá. Le llama la atención al yerno y lo arregla. Mi mujer y yo les aconsejamos a nuestros hijos. Una pareja hasta el final”. (Fuente: El Universal)

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