“Iba por mi pollo cuando me aventó un wey”, dice en voz baja el hombre. Se duele. Da vuelta a un lado y otro. Intenta levantarse. “No, quédese quieto, ya viene la ambulancia”, dice una de las mujeres. El hombre obedece, pero el dolor resurge y lo hace levantarse de nuevo.
Se sienta, empuña la mano derecha con coraje. Quizá contra el automovilista que lo embistió. Tal vez contra el operador del 911 que no ha pedido la ambulancia. O, peor aun, rabia contra si mismo por no percatarse del auto que circulaba.
El hombre caminaba de oriente a poniente. Cruzaba la calle 4ª Poniente, entre 6ª y 7ª Sur, frente al bar Los Escalones. Parecía ebrio. No lo estaba.
“Fue un coche blanco, pero no vimos la placa ni el tipo”, dice una de las dos mujeres. “Ya viene la ambulancia”, insisten. Pero ésta no llega.
Transcurre el tiempo. La espera desespera. Y de repente aparece una patrulla. Es de Tránsito Municipal. El comandante desciende y al ver al hombre tirado habla por radio. “Tengo un p10. Requiero una V1”. Está pidiendo una ambulancia por un atropellado.
Al acercarse al hombre tirado, éste se asusta al ver al policía. “Tranquilo amigo, no te voy a hacer nada malo, solo quiero ayudarte”, le dice.
El hombre nervioso, se mueve y entonces suena una lata. Un bote se ha salido de su camisa. Es amarillo. Contiene solvente.
No estaba ebrio, sino drogado. Y aun así sentía el dolor. Sabía de su falta y por ello temía la presencia del policía. Al final, no lo detuvieron, tampoco lo atendieron.
Con información de Cuarto Poder
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