Se quita los lentes de aumento empañados y rayados. Perdió total visión en el ojo izquierdo hace dos meses y en el derecho mira poco. Tiene cataratas.
Su morraleta vacía dice Copainalá. Precisamente viene de ese municipio.
Sus hijos vinieron a Tuxtla hace 30 años. Por sus trabajos casi no la visitan. Ella viaja con frecuencia a la capital chiapaneca para visitarlos. Nunca viene con las manos vacías.
“Para que no extrañen la comida de su pueblo, les traigo guineo verde, maduro, queso de sal, huevos de rancho. Pero especialmente el pan inigualable de doña Dora”.
Ayer, la mujer de 74 años de edad, vino a Tuxtla. Con esfuerzo y la ilusión de ver felices a sus hijos, Gregoria “N” trajo además carne de res para sus cuatro hijos.
Abordó un taxi, confiada. “Qué iba a saber que el taxista es ladrón”, dice a punto del llanto.
La llevó a casa un hijo. El taxista, desde antes de bajar a la pasajera, le arrebató un billete de la mano. No le dio cambio.
Abrió la cajuela del transporte público, sacó sus cosas y se las aventó. Luego huyó a prisa.
La septuagenaria levantó una a una sus bolsas. La cajita con guineo seguía pesada. Pero al levantar la morraleta donde iba la carne ésta ya no pesaba. Estaba vacía.
Al tomar la cubeta donde llevaba las bolsa con pan para los cuatro hijos, tampoco pesaba.
“Es que mi ojo ya no me ayuda. No me di cuenta que me robó. Desde que me arrebató el dinero supe que era cochino”.
Gregoria mira sus bolsas vacías. También botes de PET para uno de sus hijos que los recolecta para vender. Luego mira al cielo. Le duele haber sido víctima de un taxista. Más le duele llegar por primera vez a casa de sus hijos con las manos vacías.
CON INFORMACION DE CUARTO PODER B
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