Hace más de 18 años que conocí a un pequeño niño que reía a carcajadas cuando le cantaba la marcha de las letras, esa canción de Cri Cri para enseñar las vocales.
Tenía poco más de cinco años y era muy listo. Diario me buscaba en la cabaña donde me hospedaba y me preguntaba infinidad de cosas. Por aquellos años, yo estaba trabajando en la filmación de un documental en la selva chiapaneca.
Era 1997, el año apenas comenzaba y yo estaba embarazada. Del otro lado, a lo lejos, se veían las montañas donde seguramente había muchos otros niños como este que me hacía reír cada día con sus ocurrencias.
Una vez le dije a su madre que ese pequeño era muy inteligente, que seguro tenía un gran futuro y ella bajó la mirada, ocultando la tristeza que mis palabras le provocaban.
Yo me sentí desconcertada, no sabía exactamente que era lo que había dicho para hacerla sentir mal y no sabía como disculparme. Al notarme apenada, me dijo que ella sabía que su hijo era muy listo que no podía enseñarle muchas cosas porque ella no había ido a la escuela. Por eso el niño siempre venía a mi cabaña cuando podía, porque yo le leía libros.
Pero en medio de la selva, el no ser indígena incluso representaba una desventaja. La pobreza era la misma, la falta de oportunidades también. Y un día, la madre de aquel niño se atrevió a preguntarme si yo podría llevarme a su hijo a la ciudad.
La pregunta me dejó helada, le expliqué que eso era mucha responsabilidad, que la Ciudad de México era muy grande y era muy peligrosa para un niño pequeño sin sus padres. Ella bajó la mirada y me dijo que entonces no tendría más remedio que enviarlo a un internado, en San Cristóbal de las Casas, porque ella se daba cuenta de que el niño era demasiado listo y necesitaba una mejor escuela que la del pueblo.
18 años después de aquella conversación que me dejó helada, esta semana conocí nuevamente a un niño excepcional nacido en Chiapas. Se llama Gabriel, y nació en Yabteclum, una pequeña comunidad del municipio de Chenalhó, en lo alto de la montaña, donde se cultiva el mejor café de la región. Gabriel y yo coincidimos en una reunión de la Fundación Kellogg, que trabaja con las comunidades y algunas organizaciones civiles centrando sus esfuerzos en el desarrollo de los niños y las niñas indígenas.
A diferencia del niño que conocí hace 18 años en la selva, para Gabriel sí es una posibilidad el volver a su casa cada fin de semana para continuar apoyando a su padre y a su abuelo en los trabajos del campo, así como en la pesca de camarón silvestre y pescado de agua dulce.
Después de mi encuentro con Gabriel, volví a mi casa para buscar más información sobre Yabteclum. Así encontré fotografías de una marcha que hace no mucho se realizó desde esa comunidad hasta Acteal durante más de tres horas, en apoyo a los desplazados del ejido Puebla, donde los horrores de la matanza de 1997 siguen más vivos que nunca.
Vía Es! Diario Popular...
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