Los guatemaltecos, como la mayoría de centroamericanos que viajan indocumentados hacia Estados Unidos, emprenden el camino sin grandes maletas y están dispuestos a pasar hambre, frío y muchos riesgos en el intento. Pero lo que ignoran es que aún si logran llegar y enviar remesas, las trampas de los prestamistas pueden dejarlos sin casas, terrenos y terminar de hundir a sus familias en la pobreza.
Rodrigo Soberanes*
Lo más difícil para los Majzul no fue despedir al único hombre de la familia cuando emigró a Estados Unidos, sino el hecho de que iba atado a una deuda que crecía cada mes, una bomba de tiempo que sólo podría desactivarse si el plan salía al pie de la letra.
Abel Majzul trabajó dos años, envió remesas y pagó parte de la deuda pero lo deportaron y la bomba le explotó a él y a su familia.
Muchos más viajan igual que Abel: se endeudan con un prestamista local para pagarle al coyote –traficante de personas- que los lleva. Es una tendencia en ese país. Van con deudas sobre sus espaldas que oscilan entre los 4 mil 500 y 9 mil dólares.
La otra opción de los migrantes es ir solos, subirse a trenes de carga en México y esperar a no ser asesinados o sufrir un accidente en el camino.
Abel Majzul se fue debiendo 40 mil quetzales (5 mil 240 dólares), una cifra que crecería cada mes unos 524 dólares por el 10 por ciento de intereses pactados con la firma en un papel sin ningún valor legal, según narra la mamá de Abel, Florinda Majzul, en Patzún, departamento de Chimaltenango.
Más de la mitad de los guatemaltecos son pobres y se concentran entre las sierras de los municipios del occidente del país. Vinicio Solís, candidato a la alcaldía en Patzun por el partido Encuentro por Guatemala, cuenta que él emplea en su empresa de madera a muchos de los que fueron migrantes y luego volvieron deportados. Sabe de las carencias y los enredos judiciales que los retornados enfrentan a su regreso.
“Aquí la gente tiene que dejar su escritura, no hipotecada sino que lo obligan a que le firme la escritura del terreno o casa como compraventa, quedando de garantía la palabra”, dice Solís.
Eso fue lo que hizo la familia de Abel Majzul. Su madre y sus hermanas cuentan la zozobra que viven desde hace años para no perder la precaria casita de dos cuartos que, según el Juzgado de Primera Instancia Civil y Económico de Chimaltenango, ahora le pertenece al prestamista llamado Rafael Cabrera Méndez.
Cuando Abel Majzul fue deportado en 2008 tenía 41 años, pero no llegó a su casa en Patzún “por vergüenza”, una actitud común de los migrantes deportados, según explica un líder comunitario que trabaja con personas con ese mismo problema y que pidió no ser identificado.
En la casa de Abel se quedó la madre, Florinda Majzul y su dos hermanas menores, que lo recuerdan con una foto colgada en la pared. Ella luchan en tribunales –con limitado uso del idioma castellano y nulo conocimiento de leyes- para que el agiotista no les quite sus dos cuartitos.
El nueve de mayo de 2014, Florinda fue citada por la fiscalía de Chimaltenango a una reunión “conciliatoria” con Rafael Cabrera, quien la denunció por los delitos de “amenazas y usurpación agravada”, se lee en el documento. Así, esta señora campesina se enfrentaba a la justicia de Guatemala por vivir en su casa, que legalmente le pertenecía a su madre, Cirila Majzul Tococh, quien falleció después de la partida de Abel.
El 25 de octubre de ese año, el sistema legal de Guatemala le tocó la puerta una vez más a las Majzul para notificarles que la mamá y abuela de la casa había sido llevada a un “juicio sumario de desocupación” promovido por el prestamista.
En la notificación se lee que Josefina Majzul, una de las hijas, se negó a firmarlo como recibido pero se establece que quedó “enterada”. Y en los documentos del juicio, Cabrera pide a la jueza desalojar a Florinda Majzul “del inmueble que es de mi posesión, tal como se comprueba en la escritura respectiva”.
Y Abel, ausente, en una comunidad alejada en la serranía, ocupado en sobrevivir después de haber pagado casi el doble de lo que pidió prestado en 2006.
Vía Chiapas Paralelo...
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